IV
Señor que no detienes
mi paso débil, mi emoción cansada,
la soledad antigua de mis sienes,
ni este rostro de mal acompañada.
Señor: tengo el derecho
de amar todas las cosas que no amas:
el aire enloquecido, el pájaro sin lecho,
los miedos, los canceres, las llamas...
Mira el color injusto
que llevan las hormigas;
les da un traje así... como un disgusto,
tú que vistes de limpio las espigas.
Te olvidas de este mar,
de estos perros famélicos e inciertos.
Te olvidas de cerrar
la mirada complicada de los muertos;
y creas esos seres
que viven tristemente de rodillas...
Señor, tú que me quieres
y levantas al cielos las semillas:
comprende que la roca también sueña
que hay una luz dormida en cada rayo,
que la yerba no quiso ser pequeña,
ni la flor es culpable de su tallo...!
Y has algo por el día que atardece,
por la muchacha ya sin primavera,
por el enfermo joven que fallece,
por el que no te nombra, por cualquiera...
No pido para mí... yo estoy conforme
queriendo paralíticos y ortigas.
Sólo que pesa aquí la prisa enorme
de repartirme cuando tú lo digas.
Carilda Oliver Labra
No hay comentarios:
Publicar un comentario